La madre, con la edad que le derrota,
purga las ramas en la piedra inscrita,
espesas por natura que visita
el coto. ¡La omisión soez la azota!
Cruje en su mente escena muy remota,
cuando su pecho, lote de acemita,
era asumido por sutil manita
gratificando la intención devota.
El lastre de una lágrima tortura
su rostro abandonado en el mantón;
aunque cuerda, no siente ya su albura.
La madre, encerrada en su misterio,
no vislumbra pedida cesación.
¡Sola se marcha! Atrás... el cementerio.
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