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Estela en las alturas de Ginebra

José Antonio Ramos Sucre « Siempre es consolador pensar en el suicidio: de este modo se puede sobrellevar más de una mala noche » . Friedrich Nietzsche ¿Por qué la sal, ─ ¡la dura sal! ─ , desnuda su brazo apocalíptico en los seres, cuando la noche pacta testaruda e inmoral, con distintos luciferes? Esos párpados, ¿qué han perdido, Antonio? ¿El barbitúrico ampliará la mano hacia el buró, dejando el testimonio de tu sombrío pulso de escribano? Lejos queda, en penumbras, el hogar. Hará Ginebra de espaciales cimas, el hoyo a la lumbrera tutelar. Hipnos duda, dejándole el empeño a Tánatos, que toca con estimas y con plumas, quien ha perdido el sueño.
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Estela en la madrugada de un domingo

José Asunción Silva «Abandonarse al dolor sin resistir, suicidarse para sustraerse de él, es abandonar el campo de batalla sin haber luchado». Napoleón I J.A.S. ¡Oh, mortal corazón!, ¡órgano herido!, ¡masa del trance!, ¡oculto Jeremías!, cuco al que le oprobiaron el gruñido de su inflexión por laicas melodías. 1 Elvira, sin querer, quebró tu fuego; o salpicó la inopia en la solapa, ―derruyendo la torre que alza el ego―; o la empresa jamás venció la etapa. Bogotá distendía blanca rosa, como el óbice que a la duda aparta e invita al tiempo en ahondar la fosa. Aquel domingo, un golpe de metales, te violó el pecho, justo en la pancarta. ¡El quebranto, ¡por fin!, saldó tus males!

Venezuela en tempestad

Foto de Juan Barreto ( AFP ) Siento el dolor que encorva a mi terruño, antes casa pujante de adalides que signaron la alianza como un cuño, hoy lo repujan cínicos Alcides. La madre osada estorba al artefacto, el joven con broquel resguarda el frente; y el crimen, ¡obvio crimen!, ipso facto lo ejecuta el conscripto-delincuente. Este Gómez, no menos que Iscariote, toma la plata, luego va, perpetra; ríe al mojar en sangre su bigote. Mas, la frase no olvide de provecho: cuando la tiranía se hace letra ¡la rebelión es justa por derecho!

El reciario

Reciario ensarta con su tridente a un secutor . Mosaico en la villa de Nennig, Alemania Empujado a la arena sin sandalia, esgrime el filo, esgrime con Neptuno. La obra en el ludus la indolencia palia, lo endurece ante el término infortuno. Lanza la red con nervio subitáneo  al secutor , lo enreda con exceso, y al arponarlo le trepana el cráneo manchándose el galerus con el seso. Desde el podium ofrendan los laureles, desde las gradas arde la caterva; ambos se empinan las brutales mieles que el gladiador, el pescador de entrañas, ha ofrecido en combate sin reserva, para su gloria ocupa con hazañas. *** Ludus : Lugar donde se entrenaba a los gladiadores  Secutor : Tipo de gladiador de la Antigua Roma, que portaba una gladius (espada corta), un scutum o escudo, y un casco. Galerus: P rotector de hombro.

Violín roto

GNB con el violín roto ¿Quién armó aquella diestra? ¡El dios Apolo! No creyendo en la gala cinegética,  quiso pactar exacto protocolo levando al músico a devota estética.   Ante el bochinche el joven irguió el arco; el perdigón obvió, también los gases. No fuera, en demasía, verse parco, sus dedos restalló con los compases. Mas, entre nota y nota, Fechoría cínica fue, traspuso la protesta para atentar de frente la harmonía. Suelta del diapasón la tirantez el treno fue la lágrima compuesta que el violinista dedicó al soez.

Atributos de la muerte voluntaria

La bujía es turbada por el búho tajante que revuelve sus alones,   desparramando polvo y frío ―a dúo―, en las lonjas de entecos corazones.  No le estorban demandas ni reparos, rehúye al bofetón del escarmiento, muy bien desmonta débiles mamparos que no alzaron constancias al momento. El búho, oblicua letra de sapiencia, entorpece el mañana sin error, reclama la corona con anuencia; ¡ay, poeta, amoldado ante el dolor!,  te ofrece el mito, rúbrica de ausencia, te concede un eterno resplandor.

Relación de un río y un puente

Lienzo de Jorge Noriega Primero, el río timbró su ribera de canto redondo, puso los pies de serpiente propicia con muerte en el mar, el verde dio su relato de rostro estable y lirondo, y artero el cielo asestó su saeta por darse un lugar. Luego, el herrero sentó a los titanes carentes de oídos, —porque el mortal avasalla los mundos según sus antojos—, quiso combar el metal en su fragua con polvo y sonidos, quiso tender el camino hacia el disco profuso de abrojos. Raudos y alados, el río y el puente, domaron la tierra: aquel, su horrura condujo con fibra por rutas sin vuelo; este, el pontazgo hacia el éter cobró con temple y desferra; y ambos le dieron al pueblo su dádiva, su giro y consuelo. Diario de un pueblo que marcha, suspira y crece en la vega; lienzo y pincel de la mano exquisita de Jorge Noriega.