Antonio Machado |
Se le vio junto al olmo palpando sus raíces;
comprobó del crepúsculo su comarca de vino;
del mar -la gran mochila-, su embestida de plomo;
y de aquellas tabernas bebió licor andaluz.
Sacerdote expresivo, duplicaste la encina
para obrar su madera dándola a los estantes,
como caudal, fortuna, de la tierra asombrosa;
para ti la aureola, la espiga, la cebada.
Del río fue a emerger tu cintura metálica,
tu cuello de infinito, para darle al sendero
la pisada absoluta del viandante y su báculo.
Nunca diste el sombrero para estiaje y fracaso,
sino que lo otorgaste para elevar el gránulo
que concebía el árbol de libros y corbatas.
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