Lienzo de Jorge Noriega |
Primero, el río timbró su ribera de canto redondo,
puso los pies de serpiente propicia con muerte en el mar,
el verde dio su relato de rostro estable y lirondo,
y artero el cielo asestó su saeta por darse un lugar.
Luego, el herrero sentó a los titanes carentes de oídos,
—porque el mortal avasalla los mundos según sus antojos—,
quiso combar el metal en su fragua con polvo y sonidos,
quiso tender el camino hacia el disco profuso de abrojos.
Raudos y alados, el río y el puente, domaron la tierra:
aquel, su horrura condujo con fibra por rutas sin vuelo;
este, el pontazgo hacia el éter cobró con temple y desferra;
y ambos le dieron al pueblo su dádiva, su giro y consuelo.
Diario de un pueblo que marcha, suspira y crece en la vega;
lienzo y pincel de la mano exquisita de Jorge Noriega.
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