Las Furias entusiasman a Chocano,
—entes que merodean la ofensiva—,
dejándole al liróforo en la mano
el dicterio que aniebla la misiva.
El honor es un yunque ante el azote,
que si bien sobrelleva tal crujido,
no es capaz, aunque sea buen lingote,
de acallar, de los aires, el chirrido.
Abre la calle campo a la reyerta,
cuando, deliberado, se rebaja,
un sopapo hacia el rostro, que despierta
la ira, promotora de amargura:
Turba la mano en garra a la cintura,
y hacia el pecho, indefenso, descerraja.
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