Incorporó el venablo: ¡mazmorra del mavorte!,
para rasgar las vísceras, que a la cándida Europa,
atestaban sus cielos para este deporte,
que tuvo fechas crueles y baladros de tropa.
Frustraba del palacio la serena hornacina,
fervor del archiduque donde tejía el mando,
y cercenó los robles toscos en la colina.
Produjo su memoria con el filo nefando.
La escupida Agenórida notó varios brebajes
distribuidos con tósigo, calcinando con asma,
y orgías de pescuezos que lavaban linajes;
¡cientos… miles de pórticos desparramando el miasma!
Y supo aherrojar algunos eslabones:
con átomo supremo ocupó sus aviones.
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